una cama sin saber lo que pasaba ni lo que iba a pasar. Entonces tuve tiempo para leer, pensar, imaginar, recordar... Tiempos de silencios que me permitieron acercarme a mis propios pensamientos y temores. Con todo el tiempo del mundo y sin esas odiosas obligaciones escolares y domésticas. Y lejos, más allá de ese alto ventanal, más allá de esos jardines que adivinaba, de ese estacionamiento con su ruido de bocinas, frenazos, portazos y motores en marcha, más allá de calles y largas avenidas, mi padre daba otro portazo y mi madre lloraba su partida. El año nuevo me tocó en medio de mis dolores posoperatorio y de las risas y festejos del personal de turno. Un mes duró esa estadía en el hospital, la luz de muchos atardeceres vi apagarse por esa ventana. Esta operación no fue la primera ni la última, y en todas ellas lo mejor ha sido todo ese tiempo para mí.
Sobre el campo el agua mustia
cae fina, grácil, leve;
con el agua cae angustia;
llueve...
Y pues, solo en amplia pieza,
yazgo en cama, yazgo enfermo,
para espantar la tristeza,
duermo.
Pero el agua ha lloriqueado
junto a mí, cansada, leve;
despierto sobresaltado:
llueve...
Entonces, muerto de angustia,
ante el panorama inmenso,
mientras cae el agua mustia,
pienso.
Carlos Pezoa Véliz
(escrito en el hospital Alemán de Valparaíso, 1906)

