Tuesday, March 02, 2010

El Negro Loco, Capitán de la noche.

¡Mi sueño de niño cumplido! Yo, capitán de mi propio Barco, luchando contra las olas en medio de la hambrienta Mar, que quiere desayunarme con apetito voraz. Niño contento con barco nuevo, con timón de madera y sal añejas por tanta luna y tanto sol a cuestas.

Médico, dijo Tomás. ¡Abogado! Exclamó Luis. Ingeniera, señaló Marta. Y yo, Negrito soñador de velas y de anclas prostitutas, “Capitán”, le dije al profesor, mientras acariciaba mi barcaza de papel. Sueño de niños.

“¿Ahora que dirán mis ex compañeritos que se rieron en mi cara, ¡eh!, al verme asido a este timón?” pensé, mientras la proa de mi chúcaro barco desafiaba las olas de babor a estribor y de estribor a babor, y a mi también me desafiaba de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba, en círculos, en cuadrados. “Ja, ja, ja” barco loco, como yo, da hasta risa el huevón con sus rugidos, por momentos de león herido, por momentos de gata en celo.

“¡Recoged las velas, partida de holgazanes! “Mi grumete, anunciad que escapamos de la costa hacia ultramar”, y sólo escucho llanto, gritos de guerra de mis “valientes” marinos, muertos de miedo. “¡Mierda, que este barco me salió bravo!” y mi timón se quiere reventar, y los mástiles empiezan a caer, las luces escapan, todo a oscuras, y las mujeres y niños gritan, y mi marinos dicen que abandonemos la nave, y las gotas de mar resbalan por mi recién rapada cabellera, por la frente, por mis ojos, mi cuello, mi pecho; se meten por mis calzoncillos, y las sirenas hijas de puta que enloquecen mis oídos, y el barco más chúcaro que nunca baboreando, estriboreando, con su capitán de la noche negándose a abandonar su sueño, y la luna riéndoseme como una arpía “¡nadie abandona la nave, mierda¡!, ¡partida de maricones!” les grito. “No temáis, mis valientes” “confiad en su capitán”, les digo, mientras los impactos de cañón siguen derribando mis sueños.

Van casi 3 minutos de mi hazaña, 8,3 grados de violencia descontrolada, de apocalipsis trasnochado, y me doy cuenta que el timón al cual estaba afirmado, era la viga de mi puerta, que rugía al vaivén del loco baile; el mástil, otra viga por desprenderse en la cocina; la única vela, mi cómplice sábana blanca de tres minutos atrás, abrazada al televisor a punto de caer; las gotas de mar, el miedo mojando mi frente, mis axilas, mis ojos, mis calzoncillos, mis recuerdos. Mi barco era el segundo, de los tres pisos, de la casa del 1900, donde vivo. Una fortaleza de madera y adobe, que se mantiene aún altiva a pesar de los 8,3 grados de furia del primer impacto; 5,5 del segundo golpe; 6 del tercero y las otras 150 réplicas menores, hasta ahora. Las bravatas a mis “subalternos” no eran más que mis súplicas a Taita Dios que parara la “bromita”, y mis gritos a mis vecinos increpándoles que me esperen, que no huyeran sin mí, los muy “traidores”.

Nunca me vi tan ridículo, tan vulnerable, tan diminuto, tan cobarde. No me da vergüenza confesarlo. Pero, aquí entre nosotros, que no se enteren mis ex compañeritos de curso, que crean que el 27 de febrero del 2010 a las 03:34 de la madrugada, en Santiago de Chile, yo me comporté como un valiente Capitán de la noche, timoneando su barco y sobreviviendo la guerra.

Dos días enteros, entre réplicas y miedo, la tele me mostró imágenes que me dan mucho dolor. Paisajes, los cuales tuve el agrado de conocer en mis viajes con Claudio, mi ex Jefe, hacía el Sur; puentes por los que pasé conduciendo la Nissan doble cabina llena de chaquetas y pantalones de cuero; picadas de comidas en las playas y puertos donde saciábamos nuestra gula, todo por los suelos. Barcos, botes, cabañas, arrasadas por el maremoto hasta el centro de la ciudad en algunos casos; pueblos enteros destrozados. “Menos mal que no fuiste a ver 2012 porque ahí sí te cagas” me dijo un amigo. Creo que el 2012 lo estoy viviendo en el 2010.

Según algunos filósofos, el hombre debe sembrar un árbol, escribir un libro y tener un hijo, para dejar huella y poder pasar el umbral. No puedo garantizar si después de la experiencia sobrevivida seré un mejor hombre; más tolerante, más sabio, más humilde, los hombres somos un espécimen raro. Ya cumplí con la misión, pero si Taitita Dios, la Pacha-Mama y Neptuno me lo permiten, sembraré más árboles, tendré más hijos y escribiré más libros.

Médico, dice Tomás. ¡Abogado! Exclama Luis. Ingeniera, señala Marta. Y yo, Negrito de aromas y sabores prostitutos, Chef, o futbolista, le digo al profesor. Espero nunca más soñar con el capitán de la noche piloteando una nave. Me conformo simplemente con preparar un ceviche y jugar a la pelota con mi pequeño hijo Etó, quien cree, como le dijo la mamá, que la tierra está bailando de alegría. “Papá la tierra baila mejor que tú”, me dice, y se ríe, inocente de la cruda realidad.

Antonio Cléper Ayoví Nazareno

(Ecuatoriano Residente en Santiago de Chile)

28-02-2010