Monday, September 24, 2007

Un paseo por la marina de Angelmó.

Me gusta pasear por la costanera de Puerto Montt y caminar hasta la caleta de Angelmó.
















En el horizonte del Seno de Reloncaví, un blanco crucero, ¿de siete pisos?...
Me cruzo con un alegre grupo, la mayoría mayores y vestidos como turistas de 1ª clase.

A medida que avanzo se va acercando la isla de Tenglo, he escuchado que ahí preparan unos sabrosos "curantos".

Ya diviso la feria artesanal de Angelmó con toda su mercadería de "chombas", mantas y alfombras de lana de oveja, pequeñas iglesias de alerce, cestos de mimbre...
uff! lo compraría todo, todo!...


El mercado también es una fiesta para los sentidos: olores, colores, formas y sabores exóticos de productos del mar.
Y a la orilla de la playa, las cocinerías construidas sobre una arquitectura de clásicos palafitos forrados con tejuelas de alerce que armonizan con el paisaje austral.
Cada vez que voy tengo la costumbre de subir al 2º piso y entrar al comedor más cercano al mar y sentir la sensación de libertad que da estar sobre las aguas de la bahía del Seno de Reloncaví.

Las cocineras salen a mi paso, acosándome con las ofertas de mariscales, curantos, cancatos... palabras, color, olor... mis sentidos no están acostumbrados a tanto estímulo, entro en el mismo local de siempre, con vista a la bahía.





"cancato de salmón"










Mientras saboreo una corvina a la plancha con papas y un buen vino, entra un músico con su guitarra a cantar el tradicional "Gorro de lana", "Corazón de escarcha", "Quiero comer curanto con chapalele, milcao, chicha ´e manzana... No puedo levantarme... He comido mucho por lo derecho ..." y sigue cantando.
Yo también he comido mucho y antes de irme le doy su propina con una sonrisa.

Lo mejor será caminar, o mejor acepto un paseo en bote que me está ofreciendo ese viejo chilote.



Lentamente nos acercarnos a la pequeña isla de Tenglo, todavía verde por un bosque de árboles nativos con alerces, mañíos, ulmo, ciruelillos, avellanos... la orillamos un rato y luego el botero hace un leve giro dejando descansar uno de los remos.






Las aguas están quietas y todo en ellas se refleja


como en las marinas de Arturo Pacheco Altamirano


botes, lanchas, pequeños barcos pesqueros,
el verde bosque de la isla
y su blanca cruz
en lo alto del cerro,
levantada para saludar al viejo Papa
en su visita por los años ochenta.


Me sorprende bruscamente un muro blanco, he perdido el paisaje, a pocos metros está el crucero, hay que mirarlo hacia arriba.

El viejo botero me dice que llegó anoche iluminando toda la bahía, y continúa enumerándome todo lo que tiene: casinos, piscinas, cancha de tenis...





Le pregunto si sabe de dónde viene,
-"este crucero viene de la Europa"-
Por un minuto nos quedamos en extraño silencio.

Otra vez el viejo deja inmóvil uno de los remos para dar la vuelta y emprender el regreso.