Sunday, February 19, 2012

Portofino en la memoria.






La vista desde el mirador nunca deja de ser bella, particularmente por las mañanas. 



(A veces pasa un tiempo sin asomarme por ahí, hacerlo implica algo de voluntad y tiempo para levantarme temprano, vestirme bien, maquillarme sin errores, ponerme mi perfume preferido, salir del piso dejando todo apagado y sin olvidar las llaves, bajar las escaleras sin tropezar, tomar la calle saludando a posibles conocidos y encaminarme por fin sola hacia ese extremo del pueblo. Hoy no lo hice, mañana me levantaré más temprano) 

Fatigada como siempre por reiterados desvelos, se levanta, se acerca a la ventana y la abre. Ahí está su acuarela de mar y cielo, la luz y el aire la reciben plenos, sonríe y respira profundo.  Los edificios del frente están aún en sombra y abajo ya se siente el bullicio del comercio, el saludo de los lugareños y el pasar de los turistas. Un extraño la ha visto, junto con subirse a un bote, se despide haciéndole señas con la mano y una amplia sonrisa. Se ha cortado el hilo que la tenía flotando sobre la brisa del paisaje. Entra a la habitación, encandilada tropieza con el desorden de un telar. Se sienta y comienza lentamente con el orden y el delicado cruce de decenas de hilos de colores y, mientras va tricotando, va atando un sinfín de pensamientos, preguntas y conjeturas. La espera no puede ser eterna.
A medida que va dibujando un cielo claro, van apareciendo cerros con árboles frondosos, una que otra palmera, altos tejados de estrechos y coloridos edificios, todos dispuestos muro contra muro,  con ventanitas pequeñas, de marcos y persianas azules, y algunas jardineras con rojos geranios.

(¡No puedes seguir con esta rutina!... La rutina del tejido, la rutina doméstica, la rutina de un trabajo cualquiera, la rutina de los encuentros y reuniones importantes, la rutina de nuestro aseo, la rutina de alimentarnos, la rutina familiar, la rutina de la relación de pareja… todas las rutinas parecieran no tener sentido cuando tomamos conciencia de nuestro fatal destino. Todo, cada cosa que hago, cada pensamiento, cada emoción se me escapa inevitablemente como pasado, solo la muerte parece existir como futuro. Si todo se me escapa como agua entre los dedos, incluidos los recuerdos, necesito atraparlos de alguna manera, como los turistas con sus cámaras fotográficas)

Cansada detiene la labor, se acerca a la ventana. Ya es medio día y el fuerte brillo de la luz destiñe los colores de la marina. Todo se le torna ajeno, es otra luz, es otro paisaje. Retrocede y, con un nudo en la garganta, vuelve hacia el centro de la habitación. De entre los intersticios de la malla tejida se asoman sus recuerdos, siente sus ojos húmedos, no llora.

El tejido sigue creciendo. Una hilera de arcos y toldos verdes de galerías comerciales remata, en su parte inferior, el conjunto de los edificios, a lo largo de esto una estrecha costanera y al fondo la pequeña playa.

Un bote se acerca a la playa y de él baja un hombre mayor. Últimamente bajar del bote le hace perder el equilibrio, por fin logra pararse firme sobre la arena, se sacude la vasta de los pantalones y mira hacia lo alto de un edificio fijando su atención en una de las ventanas con geranios rojos, nadie se asoma, nadie a quien saludar. Sube hacia la costanera repleta de extranjeros apuntando en todas las direcciones sus pequeñas cámaras fotográficas.
El hombre camina por los portales saludando alegre a los vecinos, entra a uno de los edificios y comienza a subir rápido las estrechas escaleras, se siente bien, comienza a silbar y se sorprende al escucharse entonar esa vieja melodía. La memoria es así, de repente se pega la tecla con algo hace mucho tiempo olvidado. Extrañas conexiones cerebrales.  

Ella sigue ahí sentada frente al telar, su figura se dibuja imperturbable, solo el movimiento de sus manos le dan vida a esa habitación ya casi en penumbras. El paisaje fluye hacia coloridos botes tendidos sobre sus propios reflejos. Han sido miles de coordinados movimientos que han ido atrapando un día y su eternidad.  
Ya poco queda por tejer cuando siente que se abre la puerta, la última luz de la tarde marca la silueta del desconocido de la mañana. 
No puede reconocer ese rostro que le sonríe con familiaridad. Él se acerca tomándola por la cintura y la lleva a la habitación donde comenzará a contarle la misma historia de cada regreso y así reencontrase en la memoria de un viejo amor.
  
Abajo las aguas se van oscureciendo, el sol se va perdiendo veloz detrás de los cerros y, desde el mirador, solo se ve un pueblo cubierto por una sedosa niebla de rumores.